Eros, el Amor, fuerza universal de atracción,
productor de todas las cosas
Eros o Cupido (Amor), no aparece entre los dioses que pueblan las
epopeyas de Homero y constituyen una "sociedad de nobles
inmortales". Recién a mediados del siglo VIII a.C., en la obra
de otro poeta griego, Hesíodo, adquiere organización y coherencia
la comprensión de lo divino, como fundamento de toda realidad. Y es
justamente entonces cuando la figura de Eros recibe gran realce, como
factor responsable de esa unificación de las fuerzas divinas que
rigen los destinos del hombre y del universo.
Hasta Hesíodo, Eros era objeto de culto en Tespias, en Beocia,
donde nació el poeta. Pero se le rendía culto sólo como agente
fecundador de los matrimonios y del ganado. Con Hesíodo ganará
dimensión universal.
En una de sus obras principales, la Teogonía (Nacimiento, Origen
o Generación de los dioses), Hesíodo se describe a sí mismo como
un pastor que apacentaba, cierto día, sus ovejas al pie del monte
Helicón. Mientras realizaba su tarea habría alcanzado, por
inspiración de las Musas, la comprensión del origen de los dioses.
La Teogonía sería, pues, el libro que reproduce el "bello
canto" que las Musas le enseñaran, y cuyo contenido no es sino
la narración del origen de los dioses y, consecuentemente, de todos
los seres.
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Eros Báquico |
Adoptando el principio de que todo tiene origen, Hesíodo muestra
que primero existió el Caos, espacio abierto, materia informe, y a
continuación, la Tierra y Eros, el Amor "creador de toda vida".
La colocación de Eros en el comienzo de la secuencia del nacimiento
de los dioses es intencional e importantísima. Tomando como punto de
partida para su comprensión de lo divino viejos mitos dispersos en
la tradición griega, Hesíodo no sólo los coordina y enriquece,
sino que, además, traza gracias a ellos una genealogía sistemática
de las divinidades. Lo divino deja de presentarse compuesto por
entidades aisladas y acontecimientos episódicos, para evidenciarse
como un todo conexo y entrelazado. Es natural entonces, que Hesíodo
concediera a Eros posición primordial, y que éste apareciera muy
tempranamente en la apertura de la serie diurna: es que el Amor,
fuerza universal de atracción, es lo que justificaría que los seres
se unan, produciendo los linajes que acaban por relacionar a todos
los inmortales por un lado, y a todos los mortales por otro; e
incluso a los dioses con los hombres.
Eros recibe, pues, en la Teogonía, el carácter que conservará
para siempre: el de lazo, conexión, mediador, unidor. Y así
reaparecerá frecuentemente en las obras de los filósofos antiguos.
Si la tarea principal de la filosofía consiste en tratar de vincular
la pluralidad de las cosas y de los eventos para encuadrarlos e
integrarlos en una comprensión unificadora, se comprende que Eros,
el lazo, sea visto como patrocinador de ese amor a la sabiduría, de
este deseo insaciable de, relacionándolo todo, llegar a conocer
todo. Como Eros, la razón también opera por medio de relaciones y
vinculaciones. No es, pues, de extrañar que Eros resurja en la obra
de quien es considerado como el primer gran filósofo racionalista de
la historia del pensamiento occidental: Parménides de Elea (siglo VI
a.C.).
En su poema "Sobre la naturaleza", visiblemente
inspirado en ciertos aspectos, en la Teogonía de Hesíodo,
Parménides traza los dos caminos que se ofrecen a los mortales: el
de la certeza, alcanzada estrictamente por medio de la razón, y el
de las opiniones, fundadas en el testimonio de los sentidos. Al
describir esa segunda vía, Parménides ofrece una versión del
origen del universo en el que éste es constituido por dos principios
contrarios: Luz y Noche. Todas las cosas estarían compuestas por la
mezcla de esos dos principios en equilibrio recíproco. Eros, el
intermediario por excelencia, aparece entonces como el autor de la
mezcla que está en el fundamento del universo.
El Amor que conduce a la armonía
En la concepción del origen del mundo expresada por otro filósofo, Empédocles de Agrigento (495-435 a.C.), la fuerza de atracción universal, que Hesíodo llamaba Eros, desempeña papel decisivo. En el pensamiento de Empédocles, el universo es producido, y se transforma, por el juego permanente de dos "fuerzas" opuestas y complementarias, que actúan sobre las cuatro "raíces" (o elementos primordiales) de la realidad (agua, aire, tierra y fuego): mientras que Philía, el Amor, aproxima los dispares (procurando unir las diferentes raíces), Neikos, el Odio, la Discordia, actúa en sentido contrario, aproximando los semejantes (el agua al agua, el fuego al fuego, etc.) los cuales tienden a constituir cuatro provincias distintas, correspondientes a los cuatro elementos primordiales, separadas y en antagonismo unas con otras. Como el comportamiento de Philía y Neikos es regido por el principio democrático de la igualdad (isonomía), el universo permanece en tensión perenne, ya que la acción de una fuerza compensa la de la otra. En la fase en que predomina el Amor, la fuerza de atracción y reunión de los dispares (las cuatro raíces) tiende a abolir todas las diferencias, para instaurar, en el límite extremo, el reino del perfecto equilibrio.
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Eros. Copia Romana. |
De todos los pensadores antiguos, Platón (427-347 a.C.) fue quien más se dedicó a analizar el Amor, llegando a convertirlo en uno de los puntos centrales de su sistema filosófico. Por un lado, el pensamiento de Platón estuvo profundamente marcado por la influencia de la matemática de su época; generalizando lo que llamaba "el método de los geómetras" propuso para la explicación de los fenómenos de la naturaleza su teoría de las ideas: el mundo sensible y material sería la copia imperfecta y variable de modelos perfectos y perennes: las ideas o formas, que constituirían un plano aparte de la realidad, existente en un mundo extraterreno, y cuyo ápice sería el Bien Supremo. Toda la obra de Platón fue motivada por la preocupación de establecer el modo de relación entre el plano incorpóreo de las ideas y el plano material de los objetos físicos, meras imitaciones de las formas. Por otra parte, Platón intenta estructurar el camino que permitiría al intelecto humano ascender hasta el plano de las ideas, origen de las cosas sensibles. Una vía de acceso de las que propone es la que se nos abre por medio de la racionalidad matemática: la razón discursiva serviría de intermediario entre el plano sensible y el plano puramente inteligible de las formas. Otra vía, que presenta en el diálogo de "El Banquete" diálogo sobre el amor, un papel análogo al de la matemática: como ésta, es el mediador entre la sensibilidad y la comprensión pura de las cosas existentes. Con ello, Platón parece querer indicar que la ciencia no resulta sólo de un esfuerzo ordenado de la inteligencia: es también obra del Amor. Además, en el diálogo "El Banquete", Sócrates, que es uno de los personajes, relata el que, según le habría dicho la sacerdotisa Diótima de Mantinea, sería el origen de Eros: hijo de Penía, la Indigencia, y de Poros, el dios de los Recursos.
En el período helénico de la cultura griega, Eros es elevado por filósofos y poetas a la condición de principio universal, que ejerce su poder sobre los hombres porque, en verdad, interviene en la constitución y en el curso del propio mundo. Aristófanes (448-388 a.C.), el comediógrafo, también habla de Eros, y lo describe dotado de "brillantes a las de oro parecidas a los rápidos torbellinos del viento". Aristófanes, según parece, en esa concepción del Eros alado, se basa en tradiciones religiosas del siglo VI a.C., que hacían de Eros uno de los primeros principios originados, surgido del huevo primordial que diera nacimiento a todas las cosas.
Para Alceo, poeta lírico del siglo VII a.C., Eros es el más temible de los dioses, y nació de Iris y Céfiro. A su vez, Eurípides (480-406 a.C.) el último de los grandes poetas trágicos griegos, resalta el doble carácter de Eros: ya es una fuerza perniciosa que conduce a la ruina, ya cuando moderado el poder saludable que lleva a la virtud.
Es solamente más tarde, en la época helenística o alejandrina, cuando Eros asume el aspecto de un niño travieso, cuyos caprichos son el tormento de dioses y hombres. Para destacar su imprevisibilidad, su irracionalidad y su inconstancia, Eros se convierte en un Erotideus, un "amorcillo" (Cupido), un niño, frecuentemente alado, que hiere corazones con sus flechas.
Esa evolución del carácter de Eros se evidencia también en el arte. Grandes escultores griegos, como Fidias, Escopas y Praxíteles lo hicieron tema de algunas de sus obras.
Carencia y Abundancia engendran al Amor
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Foto de Derli Barroso |
El Olimpo está de fiesta. Los inmortales celebran regocijadamente el nacimiento de Afrodita (Venus), la bella diosa del amor. En las copas de oro corre abundante el néctar, para estimular la expansión de la despreocupada alegría. Los dioses ríen.
Terminado el festín, surje una figura andrajosa y escuálida. Penía, la Miseria o Indulgencia, viene a mendigar los restos del banquete. Pero, antes de iniciar movimiento alguno en dirección a la mesa, vislumbra la figura de Poros, el Recurso, dios de la Abundancia, hijo de la Prudencia.
Lo ve de lejos, cuando embriagado por el exceso de néctar, se aleja de los inmortales y penetra en el jardín de Zeus (Júpiter). Allí el joven se acuesta y pronto cae en pesado sueño.
Indigencia, que está siempre a la búsqueda de medios o recursos para poder sobrevivir, toma en ese instante una resolución: tener un hijo de Poros. Y con esa intención se dirige también al jardín. Silenciosamente, se acuesta junto al Recurso. Lo abraza, lo despierta. Y concibe el hijo deseado: Eros, el Amor.
Engendrado el día del nacimiento de Afrodita, el hijo de Penía será para siempre el compañero y paje de la Belleza. Y para siempre será también ambivalente. Porque de su madre hereda la permanente carencia y el destino andariego. Y de su padre le vienen el coraje, la decisión y la energía que lo hacen astuto cazador. Avido de lo bello y lo bueno, de las dos herencias reunidas proviene su destino singular: ni mortal ni inmortal. Ora germina y vive, cuando enriquece. Ora muere y de nuevo renace. Perennemente transita entre la vida, la muerte y la resurrección.
Marcado por la carencia que le transmite Penía, no es sabio. Pero se esfuerza por conocer. Por amor a la Sabiduría, Eros filosofa.