3.6.13

Capítulo 3. JÚPITER.

Júpiter, el hijo de Cronos y Rea.

Largos insomnios vivió Cronos (Saturno), los ojos clavados en las tinieblas del mundo, en busca de una respuesta: ¿Cómo evitar que se cumpliese la terrible profecía de la madre Gaia (la Tierra)? ¿Cómo impedir que uno de sus propios hijos le usurpase el trono?
Tras muchos planes y ardides, confusión y temor, la respuesta fulguró en medio de la noche. Cronos, de un salto, se irguió y corrió junto a Rea (también llamada Cibeles), su mujer. Pero no le dirigió palabra alguna. En silencio, tomó a su primer hijo, que acababa de nacer, y lo devoró. Fue el inicio de una larga rutina.
Otros niños dio a luz la pobre diosa. Sin embargo, no tuvo la alegría de arrullar a ninguno. Estaba cansada. Vivía sin felicidad. Necesitaba hallar una solución definitiva para salvar al hijo que ahora abrigada en el vientre. Buscó pues a la sabia Gaia y, con su ayuda, trazó un plan.
Llegado el momento del parto, y eludiendo la inexorable vigilancia del marido, Rea se ocultó en una caverna distante, en los densos bosques de Creta. Allí vino Zeus (Júpiter) al mundo.
Cuando Gaia, la Madre Tierra, hubo acogido al niño en sus brazos, la diosa Rea retornó al hogar. Vibraba de alegría, pero también de miedo: el ardid tan cargado de esperanzas podía fallar.
El amor por el hijo, entretanto, calmó los recelos. Rea recogió del suelo una piedra, la envolvió en gruesos pañales y se la entregó a Cronos, quien sin notar el engaño la ingirió rápidamente. Entonces la madre de Zeus suspiró aliviada.
Salvó a su hijo, pero selló la profecía: en un día próximo, el último retoño de Cronos tomaría las armas para dar término al sombrío reinado de su padre, el dios del Tiempo, que se come a sus propios hijos. Y se instalaría para siempre en el trono del mundo.


Júpiter criado entre las ninfas.

Breve fue el engaño de Cronos, (Saturno), pues pronto descubrió haber devorado una piedra en vez de un hijo. Con aullidos de furor y a grandes pasos salió el dios a barrer el mundo en busca del heredero que más tarde sería su invencible enemigo.
"Ni en el cielo, ni sobre la tierra, ni en el mar" habría de encontrarlo. Porque, en los densos bosques de Creta, ramajes y rumores escondían al niño Zeus (Júpiter).
En lo alto de un árbol, las Ninfas ocultaron al pequeño dios, para que el padre voraz no pudiera verlo. Pero lo que los ojos no encontraron, tal vez los oídos llegasen a descubrirlo. Por eso previeron nuevas precauciones. Llamaron a los Curetes, guerreros sacerdotes de la madre Rea (Cibeles) y les pidieron que, al pie del árbol, cantasen vibrantes himnos y bailasen golpeando fuertemente sus escudos con sus armas. Era preciso tapar el llanto del niño.
Así creció tranquilo el hijo de Cronos, oculto por los clamores de los Curetes y por las sombras de la densa fronda.
Las abejas del monte Ida le ofrecían la miel que endulza el espíritu. En cuanto a la leche que fortalece el cuerpo, se la proporcionaba la cabra Amaltea.
Era un animal tan feo, esa insólita ama, que en otros tiempos los Titanes habían rogado a la Tierra que la encerrase en una caverna para alejarla de sus miradas. Fue así como la cabra fue a parar a la isla de Creta y ganó el privilegio de amamantar al dios.
El niño Zeus, mientras tanto, no se asustaba de la fealdad del animal. Al contrario, demostraba gran placer en corretear con ella por el campo. Un día, en medio de la diversión, le arrancó un cuerno que entregó a las Ninfas con la promesa de que todos los frutos que desearan los encontrarían allí. Era la Cornucopia, o cuerno de la abundancia.
Por fin se cumplió el tiempo de la infancia. Era la hora de cumplir la profecía de Gaia (la Tierra).
Muerta Amaltea, de su piel se hizo el dios para sí una cota impenetrable, la égida (más tarde premió a Amaltea convirtiéndola en constelación celeste, la de Capricornio). Y, llevando en los oídos los ecos de los cánticos y las peces de los antiguos amigos, partió a combatir contra su padre y a asegurarse el dominio del cielo y de la tierra.


La bella Europa y el toro blanco

Una playa de Tiro. Las ondas acarician ligeramente las flores silvestres, que llegan hasta las arenas. La brisa lleva lejos el claro sonido de risas y voces. El sol dora tiernamente la aterciopelada piel de las doncellas que allí se divierten.
Europa, la más bella entre todas, hija del fenicio Agenor, poderoso rey de la ciudad más célebre de esa costa asiática, corre por la playa, danzando al compás de su propio canto y lanzando pétalos de colores a los ágiles pies de sus compañeras.
Súbitamente, un toro blanco. Susto general. Gritos de miedo. Fugas despavoridas al abrigo de los arbustos.

10.9.12

Capítulo 2. EROS. Psiquis

Eros, el Amor, herido por sus propias saetas

Ya casi nadie frecuentaba el templo de Afrodita para rendir culto a la divina Belleza. Pero, mientras el santuario se iba convirtiendo poco a poco en una ruina, de todas partes llegaban a la ciudad los peregrinos que iban a admirar la extraordinaria hermosura de una simple mortal: la princesa Psiquis.

Eros, del Parmigianino
Menospreciada por los hombres, que preferían rendir homenaje a una beldad humana, Afrodita se encolerizó. Y, para vengarse, pide a su hijo Eros (Cupido) que use sus flechas encantadas y haga que Psiquis se enamore de la criatura más despreciable del mundo.

Eros parte para cumplir la misión. Pero la belleza de la mortal era tan grande que tuvo el poder de deslumbrar hasta a su corazón divino. Al verla, fue como si Eros hubiera sido traspasado por una de sus propias flechas. Víctima del encantamiento en que enredaba a dioses y mortales, el dios se hirió de amor.

Enamorado, no dijo nada a su madre, se limitó a convencerla de que, finalmente, estaba libre de su rival. Al mismo tiempo que oculta sus sentimientos, hace a Psiquis inalcanzable a los amores terrenos. Aunque todos los hombres la admiren, ninguno se enamora de ella. Contemplan extasiados su belleza, que ahora parece aureolada de distancia e inalcanzable, pero eligen a las hermanas de la princesa, quienes, a pesar de ser infinitamente menos bellas, se casan pronto con reyes. Psiquis, amada por Eros, permanece sola.

Psiquis y el Amor velado

La soledad de Psiquis preocupaba y entristecía a sus padres, que querían verla bien casada, como sus hermanas. Y así decidieron ir a consultar al oráculo de Apolo, a fin de solicitarle orientación y ayuda.

Pero Eros también había acudido a Apolo y lo había hecho su aliado en la conquista amorosa. Y, para auxiliar a su compañero del Olimpo, el dios de la luminosidad ordenó por el oráculo a los padres de la princesa que la vistieran con ropas nupciales y la condujesen a lo alto de determinada colina; allí, una serpiente alada y pavorosa, más fuerte que los propios dioses, iría a convertirla en su mujer.

La revelación del oráculo era terrible. La bella Psiquis parecía tener reservado un destino horroroso. Aunque desesperados, el rey y la reina no podían sino cumplir con lo que les había sido ordenado. Y como si la preparasen para sus funerales, entre lamentos y llantos, vistieron a su hija para las bodas y la llevaron a la colina.

Dejada sola, la hermosa princesa aguarda valientemente que se cumpla su triste destino. Exhausta por la prolongada y tensa espera, se duerme. Y hasta ella llega la suave brisa de Céfiro (el dios viento del Oeste), que la arrebata, transportándola dormida a una planicie cubierta de flores. Cerca corren las aguas claras de un arroyo. Más adelante se levanta un magnífico castillo.

Al despertar, encantada con el deslumbrante escenario, Psiquis oye una voz que la invita a entrar en el castillo, a bañarse y después a comer. Atravesando corredores y salas, no encuentra a nadie. Y, sin embargo, se siente como si estuviera siendo observada.

Durante la comida, la envuelve suave música, pero continúa sin ver a nadie. Está aparentemente sola en el espléndido palacio. En su fuero íntimo, sin embargo, presiente que, al caer la noche, llegará el esposo que le fuera prometido, la temible serpiente alada.

Y realmente, al anochecer, protegido por la oscuridad, Eros se aproxima a ella. Psiquis no le puede ver el rostro; sin embargo, ya no la aflige temor alguno, alejado por las palabras apasionadas y las ardientes caricias del dios.


Psiquis restablece lazos terrenales

Baño de Eros y Psiquis. Escuela de Giulio Romano.

Durante algún tiempo Psiquis se entregó a ese amante velado, que la visitaba oculto por las sombras de la noche. Aun sin ver su cara, la princesa le profesaba intenso amor.

En una de esas visitas nocturnas, evidenciando señales de preocupación, Eros le hizo una advertencia: que se precaviese contra la desgracia que sus hermanas le podrían acarrear. Estas, le reveló, estaban junto a la colina donde había sido dejada y la lloraban. Pero Psiquis no debía dejarse conmover por sus lágrimas. Al contrario, dijo Eros, era necesario que no se dejara ver por sus hermanas. Del mismo modo, agregó, para evitar la desgracia, no debería intentar jamás ver el rostro del amado.

La princesa prometió ambas cosas, pero se dejó embargar por la tristeza de no poder ver ni consolar a sus hermanas, que la creían desgraciada junto a un monstruo terrible. Y tanto lloró y pidió, que Eros finalmente consintió en la visita de las jóvenes. Sin embargo, aclaró: acercándose nuevamente a ellas, Psiquis estaba reanudando lazos terrenales y labrando su propio sufrimiento. Después le hizo prometer nuevamente lo más importante de todo: no intentaría ver su rostro.

Al día siguiente, Céfiro llevó al palacio a las hermanas de Psiquis. Al principio, sólo hubo la alegría del reencuentro. A las preguntas de las jóvenes sobre el marido, sin embargo, la amada de Eros respondió exclusivamente con evasivas. Dijo sólo que el dueño de tan maravilloso castillo era joven y bello, y que se había ausentado para asistir a una cacería.

Pronto el sentimiento de las hermanas para con Psiquis fue cambiando. Antes, la lloraban imaginándola desgraciada; después, partieron envidiosas de su felicidad. Y la envidia es mala consejera. 

El Amor no vive sin confianza



Atendiendo a los insistentes ruegos de la amada, Eros permitió que las dos hermanas de Psiquis retornaran al castillo. A partir de esa vez, movidas por la envidia, astutamente hicieron que la desconfianza se insinuase en el corazón de la princesa. Se habían dado cuenta, por las reticencias y contradicciones que tenían sus palabras, que ella no sabía quién era su marido, al que ni siquiera había visto el rostro. ¿Cómo podía estar segura de que no se trataba del monstruo descrito por el oráculo de Apolo? Y si realmente era hermoso y joven, ¿por qué se ocultaba siempre en las sombras de la noche?

Psiquis acabó, así, minada por la duda y el miedo. Aceptó finalmente el consejo de sus hermanas, larga y maliciosamente planeado. Debía preparar una lámpara y un cuchillo afilado. Con la primera, explicaron las muchachas, debía intentar ver el rostro del esposo; con el segundo, matarlo si era un monstruo.


Venus venda al Amor, de Ticiano.

Durante todo el día Psiquis se debatió entre la incertidumbre y el temor. Amaba a su marido, con quien fuera feliz hasta ese momento; pero ¿y si él pretendiese asesinarla? Sólo había una manera de aplacar las dudas que la asaltaban desde que oyera las advertencias de las hermanas: ver el rostro del amado y descubrir si era o no el terrible monstruo de que hablara el oráculo.

Por la noche regresa Eros, ardiente y apasionado como siempre. Mientras se entrega a sus arrebatos amorosos, Psiquis olvida el propio miedo y la duda. Pero, en cuanto Eros se duerme, la incertidumbre vuelve a afligirle el corazón. Silenciosamente, va a buscar la lámpara e ilumina el rostro del esposo. Y se detiene deslumbrada: no es un monstruo, al contrario, es el ser más hermoso que jamás ha podido existir.

Emocionada y arrepentida, la joven cae de rodillas. Sin querer, sin embargo, derrama una gota del aceite caliente de la lámpara sobre el hombro del amado. Este despierta sobresaltado y se da cuenta de lo sucedido. Su hermoso rostro se cubre de profunda tristeza. Y, sin decir palabra, Eros se va.

Psiquis intenta alcanzarlo en medio de las tinieblas de la noche. Es inútil. Sólo oye una voz que a lo lejos le reprocha tristemente: "El Amor no puede vivir sin confianza".

Abandonada y desesperada, la hermosa Psiquis se echa a recorrer el mundo entero en busca de su amor perdido.

Psiquis en busca del Amor perdido



El Amor, del Parmigianino.
Eros regresó junto a su madre y le pidió que le curase la herida del hombro. Pero cuando le contó lo sucedido, Afrodita se enfureció. Comprendiendo que había sido engañada por su propio hijo, y todo por aquella simple mortal, causa de sus celos, alimentó desde entonces un solo pensamiento: encontrar a su rival y castigarla.


La infeliz princesa vagó de templo en templo, pidiendo el auxilio de todos los dioses, rogándoles que la ayudaran a recuperar su amor perdido. Pero todos, temiendo la furia de Afrodita, se negaron a ayudarla. Como último recurso, Psiquis decidió acudir a la presencia de la propia Afrodita, en la esperanza de que Eros se encontrara en su compañía. Pero junto a la diosa no encontró sino burlas y la imposición de una serie de pruebas humillantes.


La primera tarea que le ordenó Afrodita consistía en separar, antes de la noche, una cantidad inmensa de granos pequeños de diversa especie. Parecía imposible cumplirla en el plazo establecido. Pero tan grande era el sufrimiento de Psiquis, y tan angustiado su llanto, que despertó la compasión de las hormigas del lugar. Las que en muchedumbres sucesivas cargaron todos los granos y, separándolos por especies, los juntaron en varios montículos.


Llegada la noche, Afrodita se encontró con el trabajo terminado y se irritó todavía más. Ordenó entonces a Psiquis que se acostara a dormir en el suelo, y por alimento sólo le dio un mendrugo seco. Esperaba destruir así la belleza de la mortal que le había alejado el culto y la admiración de los hombres.


Por otra parte, la diosa cuidó de que Eros permaneciese encerrado en sus aposentos, donde convalecía de su quemadura. Temía que, volviendo a ver a la amada, él se dejara seducir nuevamente por sus encantos.

Psiquis viaja a los Infiernos



Venus, Baco y Amor, de Hans von Aachen.
A la mañana siguiente, una nueva y peligrosa tarea aguardaba a Psiquis. Debía ir a un valle dividido por un arroyo, y allí esquilar los carneros que pastaban en el lugar. La lana de esos carneros era de oro y la caprichosa Afrodita quería para sí un poco de ella.

Tras mucho caminar, la joven llegó al lugar indicado por la diosa. Por el cansancio y la desesperación hasta pensó en ahogarse en el arroyo y terminar así de una vez sus sufrimientos. En ese instante de vacilación entre su intención y la muerte, se dejó oír una voz, proveniente de los juncos de la ribera del arroyo. La voz le traía consuelo y orientación: no era necesario enfrentarse con los carneros para tratar de esquilarlos; bastaba esperar que saliesen de los bosquecillos de arbustos para ir a beber; en las espinas quedarían presas hebras de lana, que sería fácil recoger. Psiquis siguió el consejo de la voz y así lo hizo.

Pero, al recibir la lana dorada, Afrodita no se dio por satisfecha. Alegando que seguramente la princesa había sido ayudada en la ejecución de su tarea, le encargó un nuevo trabajo. Tenía que subir a la cascada que provenía del nacimiento del río Estigia y traerle un frasco de aquella agua oscura.

Las piedras cercanas a la cascada eran escarpadas y resbaladizas, y la caída del agua extremadamente violenta. Imposible satisfacer la exigencia de Afrodita. Sólo pudiendo volar realizaría Psiquis la tarea. Estaba ya dispuesta a desistir, cuando de las alturas descendió un águila que le tomó de entre las manos el frasco, voló hasta la fuente y recogió en el frasco una cantidad suficiente del líquido negro.

Pero el agua del Estigia tampoco sació la sed de venganza de Afrodita. Y, así, ordenó a Psiquis que ejecutara otra difícil tarea: ir al Hades (Infiernos) a persuadir a Persefone (Proserpina) de que pusiera en una caja, mágicamente, un poco de su belleza. Como pretexto, diría a la reina de los Infiernos que Afrodita necesitaba de esa belleza para recuperarse de las largas vigilias que había pasado a la cabecera del hijo enfermo.

Psiquis partió, buscando el camino de los Infiernos. Ya había caminado mucho y se encontraba perdida, cuando una torre, apiadada de su aflicción, se ofreció a ayudarla. Minuciosamente le describió todo el itinerario que llevaba al reino de Persefone, donde vagaban las sombras de los muertos en fúnebre cortejo. Psiquis debía recorrer un largo túnel, a cuyo término encontraría el río de la muerte. Para atravesarlo tendría que pagar un óbolo al barquero Caronte, que la conduciría a la otra orilla. Entonces seguiría el camino que llevaba directamente al palacio de Persefone. Ante el portón del oscuro edificio encontraría a Cerbero, vigilante perro de múltiples cabezas, cuya ferocidad debía ablandar ofreciéndole un bollo.

Psiquis hizo lo que la torre le indicó, y así consiguió llegar a la presencia de Persefone. De buen grado la reina de los muertos atendió el pedido de la joven, a la que entregó la caja solicitada por Afrodita.

El regreso le resultó a Psiquis más fácil. En sus manos transportaba el fruto de la misión cumplida, pero todavía estaba lejos la hora en que recuperaría el amor.

Eros y Psiquis, unidos para siempre



Mercurio, Cupido y Venus, del Correggio
La próxima prueba por la que habría de pasar Psiquis no le fue impuesta por los celos de Afrodita, sino por su propia vanidad. Temiendo que los sufrimientos y tribulaciones la hubieran afeado, creyó no parecer atrayente a los ojos de Eros el día que volviese a encontrarlo. Quizá en la caja de Persefone estuviera la belleza perdida. La tentación era grande. Y Psiquis no resistió: en mitad del camino abrió la caja. Para su sorpresa, no encontró nada. Pero la acometió tal sueño que cayó dormida allí mismo, como si estuviera bañada por la belleza de la muerte.

Mientras dormía inerte en medio del camino, Eros, curado de su herida, abandonaba la mansión materna burlando la estrecha vigilancia de Afrodita, y salía por el mundo en busca de su amada. Vagó por todas partes, hasta que, finalmente, la halló acostada a la intemperie. Aprisionó al Sueño que pesadamente le cerraba los ojos, y lo volvió a poner en la caja. Con gran suavidad la amonestó por la curiosidad que le hiciera destapar la caja y, después, le mandó que la entregara a Afrodita, actuando como si nada hubiese ocurrido. Las pruebas de Psiquis habían llegado a su fin. Para tener la certeza de que nada más le acontecería a la amada, Eros se dirigió al Olimpo y pidió a Zeus (Júpiter) que lo uniese en matrimonio con la bella joven.

El soberano de los dioses recordó en esa ocasión cuántos momentos desagradables había vivido por causa de Eros. Pero, a pesar de ello, resolvió complacerlo. Reunió a los dioses en asamblea y declaró que Eros y Psiquis deseaban casarse. Para lo cual, sin embargo, era necesario que la princesa recibiese el privilegio de la inmortalidad. Hermes (Mercurio) el mensajero del Olimpo, fue a buscar a Psiquis y la presentó a los dioses. El mismo Zeus le dio a comer la ambrosía que le confirió la inmortalidad. Luego la declaró oficialmente esposa de Eros.

Los celos de Afrodita se volvieron impotentes. Psiquis ahora era inmortal y estaba unida a Eros para siempre. Nada podía separarlos. Y de esa unión nació Volupia.

9.9.12

Capítulo 2: EROS. El origen

Eros, el Amor, fuerza universal de atracción, productor de todas las cosas

Eros o Cupido (Amor), no aparece entre los dioses que pueblan las epopeyas de Homero y constituyen una "sociedad de nobles inmortales". Recién a mediados del siglo VIII a.C., en la obra de otro poeta griego, Hesíodo, adquiere organización y coherencia la comprensión de lo divino, como fundamento de toda realidad. Y es justamente entonces cuando la figura de Eros recibe gran realce, como factor responsable de esa unificación de las fuerzas divinas que rigen los destinos del hombre y del universo.


Hasta Hesíodo, Eros era objeto de culto en Tespias, en Beocia, donde nació el poeta. Pero se le rendía culto sólo como agente fecundador de los matrimonios y del ganado. Con Hesíodo ganará dimensión universal.


En una de sus obras principales, la Teogonía (Nacimiento, Origen o Generación de los dioses), Hesíodo se describe a sí mismo como un pastor que apacentaba, cierto día, sus ovejas al pie del monte Helicón. Mientras realizaba su tarea habría alcanzado, por inspiración de las Musas, la comprensión del origen de los dioses. La Teogonía sería, pues, el libro que reproduce el "bello canto" que las Musas le enseñaran, y cuyo contenido no es sino la narración del origen de los dioses y, consecuentemente, de todos los seres.

Eros Báquico

Adoptando el principio de que todo tiene origen, Hesíodo muestra que primero existió el Caos, espacio abierto, materia informe, y a continuación, la Tierra y Eros, el Amor "creador de toda vida". La colocación de Eros en el comienzo de la secuencia del nacimiento de los dioses es intencional e importantísima. Tomando como punto de partida para su comprensión de lo divino viejos mitos dispersos en la tradición griega, Hesíodo no sólo los coordina y enriquece, sino que, además, traza gracias a ellos una genealogía sistemática de las divinidades. Lo divino deja de presentarse compuesto por entidades aisladas y acontecimientos episódicos, para evidenciarse como un todo conexo y entrelazado. Es natural entonces, que Hesíodo concediera a Eros posición primordial, y que éste apareciera muy tempranamente en la apertura de la serie diurna: es que el Amor, fuerza universal de atracción, es lo que justificaría que los seres se unan, produciendo los linajes que acaban por relacionar a todos los inmortales por un lado, y a todos los mortales por otro; e incluso a los dioses con los hombres.


Eros recibe, pues, en la Teogonía, el carácter que conservará para siempre: el de lazo, conexión, mediador, unidor. Y así reaparecerá frecuentemente en las obras de los filósofos antiguos. Si la tarea principal de la filosofía consiste en tratar de vincular la pluralidad de las cosas y de los eventos para encuadrarlos e integrarlos en una comprensión unificadora, se comprende que Eros, el lazo, sea visto como patrocinador de ese amor a la sabiduría, de este deseo insaciable de, relacionándolo todo, llegar a conocer todo. Como Eros, la razón también opera por medio de relaciones y vinculaciones. No es, pues, de extrañar que Eros resurja en la obra de quien es considerado como el primer gran filósofo racionalista de la historia del pensamiento occidental: Parménides de Elea (siglo VI a.C.).


En su poema "Sobre la naturaleza", visiblemente inspirado en ciertos aspectos, en la Teogonía de Hesíodo, Parménides traza los dos caminos que se ofrecen a los mortales: el de la certeza, alcanzada estrictamente por medio de la razón, y el de las opiniones, fundadas en el testimonio de los sentidos. Al describir esa segunda vía, Parménides ofrece una versión del origen del universo en el que éste es constituido por dos principios contrarios: Luz y Noche. Todas las cosas estarían compuestas por la mezcla de esos dos principios en equilibrio recíproco. Eros, el intermediario por excelencia, aparece entonces como el autor de la mezcla que está en el fundamento del universo.


El Amor que conduce a la armonía

En la concepción del origen del mundo expresada por otro filósofo, Empédocles de Agrigento (495-435 a.C.), la fuerza de atracción universal, que Hesíodo llamaba Eros, desempeña papel decisivo. En el pensamiento de Empédocles, el universo es producido, y se transforma, por el juego permanente de dos "fuerzas" opuestas y complementarias, que actúan sobre las cuatro "raíces" (o elementos primordiales) de la realidad (agua, aire, tierra y fuego): mientras que Philía, el Amor, aproxima los dispares (procurando unir las diferentes raíces), Neikos, el Odio, la Discordia, actúa en sentido contrario, aproximando los semejantes (el agua al agua, el fuego al fuego, etc.) los cuales tienden a constituir cuatro provincias distintas, correspondientes a los cuatro elementos primordiales, separadas y en antagonismo unas con otras. Como el comportamiento de Philía y Neikos es regido por el principio democrático de la igualdad (isonomía), el universo permanece en tensión perenne, ya que la acción de una fuerza compensa la de la otra. En la fase en que predomina el Amor, la fuerza de atracción y reunión de los dispares (las cuatro raíces) tiende a abolir todas las diferencias, para instaurar, en el límite extremo, el reino del perfecto equilibrio.

Eros. Copia Romana.

De todos los pensadores antiguos, Platón (427-347 a.C.) fue quien más se dedicó a analizar el Amor, llegando a convertirlo en uno de los puntos centrales de su sistema filosófico. Por un lado, el pensamiento de Platón estuvo profundamente marcado por la influencia de la matemática de su época; generalizando lo que llamaba "el método de los geómetras" propuso para la explicación de los fenómenos de la naturaleza su teoría de las ideas: el mundo sensible y material sería la copia imperfecta y variable de modelos perfectos y perennes: las ideas o formas, que constituirían un plano aparte de la realidad, existente en un mundo extraterreno, y cuyo ápice sería el Bien Supremo. Toda la obra de Platón fue motivada por la preocupación de establecer el modo de relación entre el plano incorpóreo de las ideas y el plano material de los objetos físicos, meras imitaciones de las formas. Por otra parte, Platón intenta estructurar el camino que permitiría al intelecto humano ascender hasta el plano de las ideas, origen de las cosas sensibles. Una vía de acceso de las que propone es la que se nos abre por medio de la racionalidad matemática: la razón discursiva serviría de intermediario entre el plano sensible y el plano puramente inteligible de las formas. Otra vía, que presenta en el diálogo de "El Banquete" diálogo sobre el amor, un papel análogo al de la matemática: como ésta, es el mediador entre la sensibilidad y la comprensión pura de las cosas existentes. Con ello, Platón parece querer indicar que la ciencia no resulta sólo de un esfuerzo ordenado de la inteligencia: es también obra del Amor. Además, en el diálogo "El Banquete", Sócrates, que es uno de los personajes, relata el que, según le habría dicho la sacerdotisa Diótima de Mantinea, sería el origen de Eros: hijo de Penía, la Indigencia, y de Poros, el dios de los Recursos.

En el período helénico de la cultura griega, Eros es elevado por filósofos y poetas a la condición de principio universal, que ejerce su poder sobre los hombres porque, en verdad, interviene en la constitución y en el curso del propio mundo. Aristófanes (448-388 a.C.), el comediógrafo, también habla de Eros, y lo describe dotado de "brillantes a las de oro parecidas a los rápidos torbellinos del viento". Aristófanes, según parece, en esa concepción del Eros alado, se basa en tradiciones religiosas del siglo VI a.C., que hacían de Eros uno de los primeros principios originados, surgido del huevo primordial que diera nacimiento a todas las cosas.

Para Alceo, poeta lírico del siglo VII a.C., Eros es el más temible de los dioses, y nació de Iris y Céfiro. A su vez, Eurípides (480-406 a.C.) el último de los grandes poetas trágicos griegos, resalta el doble carácter de Eros: ya es una fuerza perniciosa que conduce a la ruina, ya cuando moderado el poder saludable que lleva a la virtud. 

Es solamente más tarde, en la época helenística o alejandrina, cuando Eros asume el aspecto de un niño travieso, cuyos caprichos son el tormento de dioses y hombres. Para destacar su imprevisibilidad, su irracionalidad y su inconstancia, Eros se convierte en un Erotideus, un "amorcillo" (Cupido), un niño, frecuentemente alado, que hiere corazones con sus flechas.

Esa evolución del carácter de Eros se evidencia también en el arte. Grandes escultores griegos, como Fidias, Escopas y Praxíteles lo hicieron tema de algunas de sus obras.


 Carencia y Abundancia engendran al Amor

Foto de Derli Barroso

 El Olimpo está de fiesta. Los inmortales celebran regocijadamente el nacimiento de Afrodita (Venus), la bella diosa del amor. En las copas de oro corre abundante el néctar, para estimular la expansión de la despreocupada alegría.  Los dioses ríen.

Terminado el festín, surje una figura andrajosa y escuálida. Penía, la Miseria o Indulgencia, viene a mendigar los restos del banquete. Pero, antes de iniciar movimiento alguno en dirección a la mesa, vislumbra la figura de Poros, el Recurso, dios de la Abundancia, hijo de la Prudencia.

Lo ve de lejos, cuando embriagado por el exceso de néctar, se aleja de los inmortales y penetra en el jardín de Zeus (Júpiter). Allí el joven se acuesta y pronto cae en pesado sueño.

Indigencia, que está siempre a la búsqueda de medios o recursos para poder sobrevivir, toma en ese instante una resolución: tener un hijo de Poros. Y con esa intención se dirige también al jardín. Silenciosamente, se acuesta junto al Recurso. Lo abraza, lo despierta. Y concibe el hijo deseado: Eros, el Amor.

Engendrado el día del nacimiento de Afrodita, el hijo de Penía será para siempre el compañero y paje de la Belleza. Y para siempre será también ambivalente. Porque de su madre hereda la permanente carencia y el destino andariego. Y de su padre le vienen el coraje, la decisión y la energía que lo hacen astuto cazador. Avido de lo bello y lo bueno, de las dos herencias reunidas proviene su destino singular: ni mortal ni inmortal. Ora germina y vive, cuando enriquece. Ora muere y de nuevo renace. Perennemente transita entre la vida, la muerte y la resurrección.

Marcado por la carencia que le transmite Penía, no es sabio. Pero se esfuerza por conocer. Por amor a la Sabiduría, Eros filosofa.

17.3.11

Los orígenes del mundo

En el principio, pues, era el Caos; después la Tierra de anchos flancos, base segura ofrecida para siempre a todos los seres vivos, y Eros, el más bello entre los dioses inmortales, aquel que desequilibra los miembros y subyuga, en el pecho de todos los dioses y todos los hombres, el corazón y la sabía voluntad.
Del Caos nacieron el Erebos y la negra Noche. Y de la Noche, a su vez, salieron el Éter y la luz del Día. La Tierra, primeramente, engendró un ser igual a sí misma, capaz de cubrirla por entero: el Cielo Estrellado, que debería ofrecer a los dioses bienaventurados una base de sustentación segura para siempre. Ella puso en el mundo también las altas Montañas, agradable morada de las diosas; las Ninfas, habitantes de los montes y valles. Engendró también el mar infecundo de furiosas olas, Ponto, sin ayuda del tierno amor. Pero, en seguida, con los abrazos del Cielo, ella engendró al Océano de torbellinos profundos, y a Ceo, Críos, Hiperión, Yapeto, Tea, Rea, Temis, Mnemosine, Febe coronada de oro y la amable Tetis. Tras ellos vino al mundo Cronos, el más joven de todos, dios de malignos pensamientos, el más temible de todos sus hijos; y Cronos se llenó de odio por su exuberante padre.

16.3.11

De la negra Noche nace Eros

Saturno, de Agostino de Duc
Antes de existir el gran mar y la fértil tierra, y el cielo azul que recubre el mundo; antes de que la naturaleza (que nuestros ojos ven y todos nuestros sentidos ayudan a captar) viviese como vive ahora: organizada, plástica, sabia, poderosa; antes de todo eso, era el Caos: masa tosca e informe que constituía el universo.
En el comienzo, lo que existía era inerte (dice Ovidio, poeta latino). Era un peso muerto. Un montón de elementos dispares.
En ese tiempo, ninguna luz daba al mundo calor y claridad. Ni el Sol ni la Luna recorrían todavía la bóveda celeste, transformando cada día en un nuevo día, y cada noche en una noche clara.
La Tierra todavía no estaba suspendida en el aire, equilibrada por su propio peso. Y Anfitrite, la reina del mar, no había extendido aún sus dulces brazos hasta las márgenes.
Tierra y Mar eran una mezcla indistinta de vida y agitación.
El suelo no tenía densidad. El mar no fluía. El aire no tenía luz. Nada poseía forma propia. Y en el interior de esa masa única, se entablaba la constante batalla de los principios opuestos: el frío combatiendo al calor; la humedad contra la sequía; la liviandad contra el peso.
Poco a poco, un germen inteligente, un dios ordenador emergió del Caos. Definió (delimitó) y armonizó (equilibró) todo, según su soberana voluntad. La paz se hizo en el universo. Pero permaneció para siempre encendida la chispa del conflicto, porque el orden, el límite y el equilibrio no son estáticos...

Las criaturas de la Oscuridad

Saturno devorando a sus hijos, de Goya
Los antiguos griegos forjaron varias versiones sobre el origen del mundo y de las criaturas. Algunos creían que lo primero que existió fue la Oscuridad. Y de ella fue engendrado el Caos. De la unión del Caos con la Oscuridad nacieron la Noche, el Día, el Erebo y el Aire.
La Noche y el Erebo se casaron. Tuvieron como hijos a muchos espíritus de sufrimientos y a otros muchos liberadores: la Perdición, la Edad, la Muerte, el Asesinato, la Abnegación, el Sueño, los Sueños, la Discordia, la Miseria, el Castigo, la Alegría, la Amistad, la Piedad, las tres diosas del Destino, etc.
El Día (femenino en griego) y el Aire también se unieron y engendraron a la Tierra, al Cielo y al Mar.
El Aire y la Tierra se unieron a su vez. Y dieron vida al Espanto, la Ira, la Disputa, la Mentira, las Injurias, la Venganza, el Exceso, el Olvido, el Miedo, la Vanidad, la Lucha, la Artesanía. Más tarde nacieron aún los Titanes, el Tártaro y las tres Erinias.
El Mar y los Ríos engendraron a las Nereidas, ninfas marítimas impetuosas y agitadas.
Cuando toda la creación estuvo lista y ordenada sobre el Mundo, Prometeo creó al ser humano, y le pidió que poblase la Tierra.

La Tierra, el Cielo y la fuerza de Eros

Para los órficos, fieles seguidores de las enseñanzas del poeta Orfeo, el principio de todas las cosas es Cronos (Saturno), el Tiempo. Este dios devorador es quien habría dado origen al Caos y al Éter. Todo en derredor del Caos y el Éter existía la Noche, que abrazaba al gran espacio como una sólida cáscara, y le confería el aspecto de un gigantesco huevo.
En ese huevo nació Fanés, la luz, que se unió a la Noche y en ella engendró al Cielo, la Tierra y a Zeus (Júpiter).
Contaban los órficos también que la Noche no formaba una cáscara, sino que era un ave negra de enormes alas. Y que, fecundada por el viento, puso un huevo de plata en el seno de la oscuridad original, entre el Cielo que estaba arriba y la Tierra que yacía abajo.
Del huevo salió Eros, el Amor Universal, el Protógonos ("el primer nacido").
A Eros no le gustaba vivir escondido en las tinieblas. Por eso, bajo la luz de Fanés, quien permanecía en el huevo de plata, el Amor empezó a levantar los velos que cubrían a la naturaleza, uniendo al Cielo y la Tierra en un abrazo violento y apasionado del cual nació todo lo que faltaba por nacer.